Escribe CARLOS M. SOTOMAYOR
Una marca de agua en la obra del dramaturgo italiano Ugo Betti la encontramos en aquella predilección por sumergirse, a través de las tramas y personajes de sus obras, en los oscuros vericuetos de la naturaleza humana. Delito en la isla de las cabras, escrita en 1942, no es la excepción. La obra expone a sus personajes en constates dilemas morales, movidos por la culpa o la necesidad de redención.
Delito en la isla de las cabras nos muestra a tres mujeres que habitan una isla inhóspita y desierta. Se trata de una viuda, su hija y su cuñada. Ellas viven solas, apenas asistidas por un anciano que pasa por ahí brevemente y cada cierto tiempo, hasta que aparece un misterioso hombre. Éste dice ser amigo del desaparecido esposo de la mujer, un maestro que murió en prisión. Les dice, además, que le prometió al amigo viajar a la isla y hacerse cargo de la casa y sus mujeres.
A pesar de cierto recelo inicial, permiten al hombre misterioso, interpretado por Sergio Velarde, quedarse en la propiedad. Ya instalado, se encargará de enamorar a las tres mujeres: a la esposa de su supuesto amigo, interpretada por Giovanna Veintimilla; a la hija de ésta, interpretada por Patricia Moncada; y a la cuñada, interpretada por Adriana Benito. Las actuaciones cumplen a cabalidad lo propuesto por el texto. Mis felicitaciones sinceras. Y en especial a Adriana Benito, de quien espero un camino ascendente.
La puesta en escena cumple también. Se trata de un montaje austero pero preciso, con un juego de luces básico, pero que no desluce la propuesta plástica de la puesta. Una suerte de patio, con un pozo de agua como elemento principal, nos dan el marco escenográfico de la trama. Cabe precisar que la dirección quedó acéfala en medio del proceso de montaje y que fue tomada, como salvavidas, por el experimentado Willy Gutiérrez, quien la llevó a buen puerto. Estoy seguro, sin embargo, que con un poco más de tiempo, se hubiesen ajustado mejor algunos engranajes en escenas puntuales que debieron hacer más evidente el tono trágico de la obra. Sobre todo, al tratarse de personajes, las mujeres, que deben lidiar con muchos momentos de tensión entre ellas. Y también de tensión consigo mismas. La escena final es una prueba de ello.
Entre sumas y restas, la puesta en escena de Delito en la isla de las cabras ha sido una grata experiencia teatral. Plausible, sin duda, la labor del grupo Alción teatro independiente, quienes urdieron, desde la producción, este interesantísimo proyecto. Esperamos nuevas iniciativas, con temporadas quizás un poco más largas y que cuenten, por supuesto, con una gran respuesta del público. Son mis sinceros deseos.
- delito en la isla de las cabras
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